El estrés durante la gestación influye en nuestra resiliencia

Mirar La Realidad • 11 de mayo de 2020

La importancia de toma consciencia de un embarazo sereno

La respuesta reside en que el verdadero origen de nuestras reacciones emocionales no está en lo que ocurre en el exterior, sino en nuestro interior, en cómo las percibimos, y esta percepción está directamente basada en la información recibida por el individuo desde diferentes aspectos: su experiencia previa, su capacidad de afrontamiento y factores del entorno que pueden favorecer o no la activación de una emoción.

Deberíamos eliminar el matiz peyorativo que la palabra “estrés” tiene en nuestros días, ya que en realidad cumple con una labor fundamentalmente adaptativa, una función vital de supervivencia: mantener al individuo alerta ante posibles situaciones de peligro. Es así cómo debería ser percibida por todos y es agradecer que nos haya mantenido vivos como especie y nos haya traído hasta aquí.

Por lo tanto, tenemos que destacar que, dependiendo del nivel de activación, existen dos tipos principales de estrés: el estrés “bueno” o eustrés, que sería la activación del organismo de manera puntual, con una duración e intensidad ajustada a la situación que la genera, y un estrés “malo” o distrés, que se trata de una respuesta de estrés desajustada y perjudicial. Lamentablemente, este último tipo es el que se está instalando y cronificando actualmente, produciendo en el individuo una hiperactivación constante, aunque por otra parte se debe tener en cuenta que el organismo siempre busca la estabilidad de sus sistemas biológicos para lograr la homeostasis o equilibrio, imprescindible para mantener la vida.

Por lo tanto para ser gramaticalmente correctos deberíamos decir que estamos distresados en lugar de estresados.

Si partimos de la definición que Hans Selye dio al término estrés, como "la respuesta no específica del organismo a cualquier demanda del exterior, que se manifiesta a través de cambios corporales afectando al propio organismo", nos daremos cuenta que en su origen, el estrés arranca fundamentalmente desde un componente biológico, por lo tanto, los determinantes fisiológicos recibidos por los individuos durante el periodo de gestación influirán de forma determinante en su futura resiliencia ante el estrés.

El estrés materno durante el periodo de gestación origina en el feto mecanismos neuronales y endocrinos produciéndole niveles elevados de estrés prenatal, sobre todo, en las primeras semanas de embarazo. Esto puede influir significativamente en el proceso neurológico del feto, lo que implicará repercusiones en el posterior desarrollo del individuo en la etapa adulta, llegando a causar incluso alteraciones en sus habilidades intelectuales y especialmente supondrá una mayor predisposición a la vulnerabilidad y a una baja resiliencia desde niño a la hora de resolver estímulos externos, ya que se activarán con más facilidad los mecanismos fisiológicos que generan el estrés. 

En condiciones normales el sistema nervioso evalúa si la situación es de peligro o si es de seguridad. Sin embargo, cuando existe una predisposición hormonal ante el estrés con altos niveles de cortisol habituales, el funcionamiento de la amígdala (que juega un papel fundamental en desencadenar el estado de miedo) se ve comprometido interfiriendo en la respuesta. 

La amígdala está involucrada en dos procesos: por una parte, es la encargada de la creación del recuerdo unido a la emoción, y por otra parte es el origen del eje HHA, por lo que la intensidad con la que el evento y la emoción ligada a él hayan sido registrados, será con la que el individuo maneje las situaciones exteriores según él individualmente las considere más o menos estresantes. El organismo se prepara entonces, para las conductas de huida o de lucha. 

Es aquí donde entra en acción los márgenes de tolerancia al estrés del individuo, ya que se necesitan unos niveles concretos de cortisol para activar el mecanismo y es la resiliencia fisiológica que el individuo posea la que determinará si un evento es o no estresante y si se activa o no el eje HHA, y una vez considerado estresante la intensidad de la percepción también es un valor a tener en cuenta. 

La ansiedad excesiva de la madre durante el embarazo tendrá como consecuencia que el funcionamiento de los receptores de cortisol en el hipocampo del feto, queden anulados o neutralizados. Será un niño que irá creciendo con temperamento difícil, de emotividad generalmente negativa que le puede provocar trastornos de ansiedad, y tendencia a la depresión.

Este bloqueo de los receptores del hipocampo del bebé presenta el siguiente proceso: el cortisol llega a la sangre de la madre y, por tanto, a la placenta estimulando el desarrollo del sistema nervioso del feto. Una cierta cantidad de cortisol es aceptable, pero si se excede puede llegar a ser negativo. De tal manera, que el feto para protegerse tiene en la parte placentaria una enzima que desactiva al cortisol y la convierte en cortisona, es decir, el cortisol no activo . 

Pero, cuando el cortisol de la madre es excesivo, la enzima deja de ser efectiva, deja de funcionar, de tal manera que, el cortisol puede atravesar la placenta llegando al cerebro del feto. Afectará a distintas estructuras, principalmente a la amígdala dejándola hiper sensibilizada, es decir, cualquier situación mínimamente amenazante provocará una reacción de alerta o ansiedad ya en el feto. Toda esta experiencia intrauterina va a provocar que el niño tenga más probabilidad de que presente un comportamiento de inhibición conductual.

El resultado funcional será un niño que ve peligros en todas partes. Su sistema HHA producirá cortisol, pero al tener insuficientes glucocorticoides en el hipocampo no podrá controlar la reducción de la producción de cortisol al tener alterado el sistema que lo frena. Cuanto más afecta a la amígdala, mayor será la hipersensibilización. 

El bebé nace, por tanto, con un temperamento biológico que tiene, por una parte de origen genético, y por otra las influencias intrauterinas que ha recibido durante su etapa fetal, si lo ha percibido como una tensión, le generará una desajuste emocional ante estímulos no familiares. El temperamento biológico marca la forma natural de reaccionar ante las situaciones que presenta el entorno .

Hay numerosos estudios realizados al respecto que demuestran la importancia del estrés durante el embarazo en los niveles de resiliencia del individuo, el más clarificador es el realizado por Avon Longitudinal Study of Parents and Children (ALSPAC), también conocido como “Children of the 90’s”, ya que se han centrado en la relación existente entre el estrés durante el embarazo y las alteraciones de las conductas y control del individuo ante situaciones estresantes, confirmando el efecto duradero que tiene la ansiedad soportada por la madre sobre el desarrollo del niño: si se había producido en la primera mitad de la gestación, los hijos adolescentes presentaban una mayor impulsividad, menor resiliencia al estrés o habilidades para la resolución de situaciones estresantes a la vez que un menor coeficiente intelectual.

La ansiedad materna prenatal se asoció con hiperactividad y déficit de atención a los 4 años, circunstancia que no ocurrió ni siquiera con los hijos de madres que sufrieron depresión posparto. Los niños cuyas madres habían presentado ansiedad en el tercer trimestre de embarazo a los 6 y 7 años seguían mostrando aún problemas de conducta y alteraciones emocionales.

Por otro lado, la hipótesis de la programación fetal o hipótesis de Baker, y sus colegas de la Unidad del Consejo Británico de Investigación Médica en Southampton, defiende que la estructura y función de diversos órganos y tejidos se “programan” o se ven alterados de forma permanente en respuesta a ciertos estímulos o agresiones durante períodos críticos del desarrollo fetal y crea en el feto una programación que le indica que va a nacer en un mundo amenazante.

Esto produce un estado de hipervigilancia en el niño, como respuesta adaptativa a ese ambiente, manteniendo el mecanismo del estrés permanentemente activado con las consiguientes consecuencias como falta de concentración, cambios en el foco de atención y manteniendo esta hipervigilancia en situaciones en las que no sería necesario. 

Esto explica cómo, sumado a otros factores, las características fisiológicas de cada individuo enmarcan su resiliencia personal ante situaciones estresantes, ya que la hiperactivación constante de nuestro organismo desemboca en la desadaptación del individuo, en una sociedad actual que da gran importancia a la eficiencia y a la atención.
Por Mirar la Realidad 1 de febrero de 2021
Imagen: Pixabay.com Cuenta la historia -o tal vez la leyenda- que durante la Primera Guerra Mundial conocida como la “Guerra de Trincheras”, Alfred Korzybski dirigía a su tropa siguiendo un mapa de la zona y… cayeron en un foso no señalizado, acuñando la máxima “el mapa no es el territorio”, que más tarde sería una premisa básica de la Programación Neuro Lingüística. Sea más o menos real la anécdota o acertada la afirmación, y sin entrar a valorar los avances posteriores en cuanto al conocimiento de la realidad (que cada vez tienden más a convertir al propio observador en el creador de la realidad~territorio), nos sumergiremos en la elaboración de nuestro propio mapa, empezando por el principio. El momento de nuestro nacimiento, supone nuestra llegada a un “territorio” que nos recibe con sensaciones completamente desconocidas. Todo cuanto nos era habitual desde el instante mismo de nuestra concepción era un medio líquido confortable, cálido, con una intensidad de luz y sonidos tamizados. Abruptamente se convierte en aire, luz, frío y ruido, pero nuestro mecanismo de percepción sigue intacto, hasta tal punto que el bebé seguirá “siendo” parte de su madre durante los primeros momentos de vida. Se da el caso de que, el mecanismo de propiocepción que nos hace conscientes de nuestro esquema corporal, y nos ubica y separa del espacio que nos rodea, no está aún desarrollado, no contamos con la posibilidad de conocer ninguna otra realidad con la que comparar, por lo tanto, desde este primer instante tomamos como única, real y verdadera cualquier sensación que percibamos desde el entorno que nos circunda, para ir conformando nuestro mapa particular, imprescindible para transitar nuestro territorio en concreto, dando cumplimiento a la programación básica: sobrevivir. Es en este momento de percepciones, sensaciones y emociones donde mapa y territorio se fusionan como una única realidad. Desde el instinto de preservar la supervivencia, cada individuo percibirá del exterior de manera muy diferente los acontecimientos que disparen la sensación de amenaza contra una de las necesidades básicas sobre las que cimentamos nuestra vida: la propia autonomía, la relación con los demás y la seguridad de entender el entorno. Si no son cubiertas de manera segura, llevará a desarrollar un miedo particular: miedo a ser invadido en nuestra identidad, en el espacio que ocupamos y el ser que somos; miedo a no vincularnos con otros, a no generar flujos de afecto que nos colmen la necesidad de amar y ser amados; miedo a no conseguir apoyo y orientación para comprender la información que percibimos de manera incoherente y aleatoria. Ante estos estímulos nuestra biología está preparada para resolverlos con una serie de mecanismos que, si bien es verdad son comunes, tampoco activan de igual manera los centros de percepción. Aquellos que reciban como principal amenaza la supervivencia de su autonomía dispararán en un primer momento los mecanismos viscerales más instintivos. Estudios recientes han demostrado que el sistema digestivo alberga un segundo cerebro con facultad suficiente para activar la toma de decisiones . Esta activación, llegará en un segundo término al cerebro, verdadero filtro de la realidad. En este caso, será el cerebro reptiliano el que tome las riendas para dar como auténtico el estímulo que se está percibiendo, disparando el enfado como estrategia de defensa y utilizando sus herramientas más familiares de lucha/huida. De esta manera nuestro mapa representará la defensa constante de un territorio percibido como invasivo . Por otra parte, los que sientan amenazada su vida ante la carencia afectiva de su entorno, buscarán desesperadamente en el territorio la creación de vínculos, y su mapa lo conformarán en base a la reacción activada desde el corazón antes que ninguna otra parte del organismo. El trabajo de Annie Marquier nos detalla rigurosamente como el cerebro del corazón mediante impulsos nerviosos, y conexiones bioquímicas y energéticas, estimula en el cerebro de la cabeza centros superiores de percepción completamente nuevos que interpretan la realidad . Este circuito pasa por el cerebro límbico donde “residen” las emociones como el amor, alegría, dolor… de forma que la tristeza será la emoción que dispare el filtro con el que se percibirán las sensaciones que el territorio haga llegar para la elaboración del mapa. De esta manera nuestro mapa representará la búsqueda de afecto constante de un territorio percibido como hostil. Por último, si para adaptarnos al medio en el que tenemos que vivir, nuestro territorio manda información contradictoria, incoherente sin patrones seguros, claros y definidos a los que poder aferrarnos para tener la seguridad de mantener la supervivencia, el sentimiento de inestabilidad e incertidumbre hará que para otros su mente, aún no analítica, busque de manera ansiosa esquemas y pautas que acoten el maremágnum de información desordenada e incomprensible que amenaza con no permitir crear una lógica sistemática que aporte seguridad en los resultados de nuestras acciones en el mundo que nos espera. De esta manera nuestro mapa representará la búsqueda de apoyo constante de un territorio percibido como caótico . Con todo lo anterior queda claro que desde el primer momento tomamos la parte por el todo, y elaboramos nuestro mapa con diferentes escalas (creyendo que es 1:1), y con distintos colores, basándonos siempre en la información que el territorio nos envía y con el filtro sensorial que nosotros poseemos. Ahora bien, ¿qué es el territorio? ¿son acontecimientos objetivos de una realidad neutral y equilibrada? Más bien, el territorio que percibimos en primera instancia no deja de ser la suma de los mapas particulares de las personas significativas que nos rodean, por lo que sobre la base de nuestra propia E2-moción -entendida como la E2nergía básica que nos mueve- debemos añadir los mandatos y las creencias limitantes que recibimos de ellos, y que aportan a nuestro mapa montañas, barrancos y acantilados, peligros en definitiva que producen en la apreciación infantil una herida que nos acompañará toda la vida, y desde la que seguiremos observando nuestro territorio aun cuando seamos más adultos. Estamos biológicamente programados para sobrevivir, el mapa nos ayuda a ello y para construirlo de la manera más eficiente posible, nuestra amígdala (detectora de peligros) dirige su enfoque precisamente hacia los estímulos exteriores que más daño pueden causar en esa herida que tenemos abierta (rechazo, abandono, injusticia…), con la función de mantenernos alerta para preservar y defender nuestra integridad vital. Es por esto que la afirmación de que todo cuanto observamos no es más que un falaz constructo nos es casi imposible de sostener, porque nuestra percepción visceral, emocional y mental nos lo presenta con total autenticidad, y en realidad así es. El peligro exterior existe, pero una vez establecido, nuestro mapa busca el territorio que más se ajuste a sus escalas, coordenadas y orografía, ignorando o desechando otros aspectos que también contiene, y que sí son percibidos por cuantos nos rodean usando otros filtros diferentes. Por ejemplo, si desplegamos un mapa diseñado desde la necesidad de autonomía y con el miedo a ser invadido, nuestro foco hacia el territorio estará especialmente alerta ante el peligro que suponen las personas emocionalmente invasivas, aquellas que no respetan el espacio. Estas nos activarán la herida de caer en la dependencia emocional que destruya nuestra individualidad. En el otro lado de esta misma situación, nos encontramos a la persona percibida como “peligro”. Tendrá desplegado su mapa diseñado desde la necesidad de vivir las relaciones y con el miedo a no crear vínculos, cuyo foco hacia el territorio estará especialmente alerta ante el peligro que suponen las personas que establecen límites dolorosos que activan su herida de rechazo y a no ser digno de ser amado o reconocido. Por lo tanto, ante todo lo anteriormente expuesto, ante todo Conócete a ti mismo : descubre que herramientas y que e-moción dirige tu vida, y reconoce con la mayor objetividad posible los filtros desde los que los demás construyen la realidad. De esta manera conseguiremos que nuestro mapa, aquel que comenzamos a escribir en las paredes de nuestro dormitorio con tizas de colores, que pasamos a papel con bolígrafo un poco más tarde, llegue a ser un mapa 3D que represente fidedignamente el territorio, eso sí… siempre virtual. Marisa L. Romero Facilitadora certificada TRE®. Madrid Artículo publicado en la Newsletter Asociación Española TRE®. Diciembre 2020
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