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TRE®. Disfruta de ti

Mirar la Realidad • 30 de julio de 2020

Es tiempo de retornar a ser lo que eres, conectar con tu naturaleza dormida y vivir.

Imagen de spider0702 en Pixabay 
Somos el resultado perfecto de miles de años de evolución…biológica. Nuestro organismo, cada célula, cada órgano y sistema que nos componen, están programados para asegurar nuestra supervivencia, para mantenernos con vida, y ha sido tan eficaz que a través del tiempo nos ha traído hasta aquí.
  
Como ejemplo, siguiendo los estudios de Paul MacLean, nuestro cerebro funciona como una unidad, sin embargo está formado por tres partes diferenciadas que corresponden a distintas etapas de la evolución. La parte más arcaica presenta un primer cerebro reptiliano (tallo cerebral) que aún hoy es el encargado de mantenernos alertas y activar los mecanismos que nos defienden del entorno hostil; posteriormente apareció el cerebro límbico (mamífero) que nos aportó las emociones y nuestro carácter gregario, la necesidad de vivir en grupo y sentirnos parte de él; y después, pero mucho mucho después, nuestro neocórtex para racionalizar, explicar, comunicar, imaginar...todo aquello que nos hace socialmente humanos. 

A nuestra estructura corporal se le une la auto consciencia de ser humano y su relación con el entorno. El individuo se engrandecía y ampliaba su espacio y su capacidad con un alma y un sentido de la trascendencia que no era considerado ni distinto ni distante a sí mismo, sino que era un todo único e indivisible.

Con el transcurrir del tiempo, llegan las comunidades y las asociaciones organizadas, las reglas sociales y las normas de conductas, en definitiva creencias que se ensamblan como un nuevo ADN en los individuos para adaptarles a cada realidad cambiante... y las creencias se hicieron biología hasta tal punto que el impulso de la propia vida para mantenernos a salvo transforma, muta, adapta y genera cambios en el organismo para facilitarnos la supervivencia y mantenernos vivos, seguros y confiados.

... y las creencias se hicieron biología

Hay numerosos ejemplos de cómo el imparable avance social genera cambios que llegan incluso a modificar nuestra estructura corporal. Pongamos un curioso ejemplo: la aparición del tenedor.

Durante miles de años la carne se comía con las manos, para desgarrar y masticar nuestra anatomía contaba con mandíbulas fuertes y cuadradas que permitían alimentarse, y por ende…vivir. De la naturalidad de este gesto durante milenios se pasó a la sofisticación de incluir un sencillo instrumento: el tenedor que tras un intento fallido en Bizancio varios siglos atrás, apareció en 1533 en la boda de Catalina de Médici con Enrique II de Francia. Pero no fue hasta el siglo XIX cuando su uso se generaliza gracias a la producción en masa poniendo los tenedores de metal al alcance de todos.

Masticar ya no precisaba del esfuerzo, ni de los músculos, ni de la dentadura de antaño y el tamaño de los dientes dejó de ser importante, y al perder su funcionalidad comenzaron a desaparecer los terceros molares, los conocidos como “las muelas del juicio”, completamente innecesarias a partir de ahora. La biología toma las riendas y se ajusta a las nuevas necesidades del ser humano para lograr la mayor eficiencia, por lo que poco a poco las va eliminando, provocando incluso el cambio en el aspecto del rostro humano al modificar el óvalo facial. 

No es el único caso, parece ser que el dedo meñique del pie va por el camino de correr la misma suerte.

 Cuán potente es la fuerza de la aclimatación social para los seres humanos, hasta el punto de cambiar nuestra propia biología.

Este ejemplo tan gráfico, nos demuestra como la especie humana ha llegado hasta hoy con profundos cambios de los que somos desconocedores. Contamos con primitivos mecanismos biológicos naturales que en algún caso no existen solo para asegurar la supervivencia, sino también para restablecer y conseguir nuestro equilibrio, aunque lamentablemente vivamos a espaldas de nuestra propia identidad biológica que  -debemos reconocerlo-, es más fuerte y más antigua que las reglas sociales adquiridas. 

Dentro de estos mecanismos de supervivencia inhibidos socialmente por los adultos de la especie humana se encuentran los temblores neurogénicos, una reacción natural del organismo que compartimos con la mayoría del resto de las especies que habitan "este nuestro planeta". Nuestros niños sin embargo, lo experimentan de manera natural y con curiosidad después de haber pasado un momento de máxima emoción. Su cuerpo comienza a vibrar buscando de manera orgánica deshacerse del exceso de energía acumulada. Lamentablemente los adultos no utilizamos este recurso. Hemos aceptado la creencia de que temblar es sinónimo de cobardía o enfermedad por lo que la tensión muscular acumulada se mantiene en nuestro cuerpo.

Actualmente la terapia corporal va dirigida a conseguir nuestro equilibrio en medio de una sociedad cada vez más exigente y estresante, recuperando la sabiduría de considerar la importancia que tiene la memoria muscular, nuestro cuerpo como “receptor y guardián” de tensiones y traumas. 

TRE®* es una novedosa técnica corporal que invita a reconectar con la parte dormida de nuestra propia biología, un recurso natural que nos permite vibrar con la vida  para recuperar nuestro equilibrio. Mediante sencillos ejercicios TRE® estimula la vibración natural que descarga el cuerpo después de un momento de intensidad desmedida, y abre la oportunidad de volver a activar el mecanismo de los temblores neurogénicos, una capacidad propia de los seres vivos, algo que ya reside en nosotros. 

TRE® nos invita a despertar nuestra biología atrapada por las reglas sociales, por los miedos adquiridos, a redescubrir las capacidades innatas de nuestro organismo, ese que desde tiempos ancestrales hasta hoy nos defiende y nos mantiene vivos, aunque no lo percibamos, y que grita silenciosamente. TRE® permite al cuerpo expresarse libremente, soltando las tensiones que acumula en nuestro día a día para devolverlo a su equilibrio.

Es tiempo de retornar a ser lo que eres, conectar con tu naturaleza dormida y vivir.
Es el momento de disfrutar de ti

TRE®* siglas en inglés de Tension & Trauma Releasing Exercises.
Por Mirar la Realidad 1 de febrero de 2021
Imagen: Pixabay.com Cuenta la historia -o tal vez la leyenda- que durante la Primera Guerra Mundial conocida como la “Guerra de Trincheras”, Alfred Korzybski dirigía a su tropa siguiendo un mapa de la zona y… cayeron en un foso no señalizado, acuñando la máxima “el mapa no es el territorio”, que más tarde sería una premisa básica de la Programación Neuro Lingüística. Sea más o menos real la anécdota o acertada la afirmación, y sin entrar a valorar los avances posteriores en cuanto al conocimiento de la realidad (que cada vez tienden más a convertir al propio observador en el creador de la realidad~territorio), nos sumergiremos en la elaboración de nuestro propio mapa, empezando por el principio. El momento de nuestro nacimiento, supone nuestra llegada a un “territorio” que nos recibe con sensaciones completamente desconocidas. Todo cuanto nos era habitual desde el instante mismo de nuestra concepción era un medio líquido confortable, cálido, con una intensidad de luz y sonidos tamizados. Abruptamente se convierte en aire, luz, frío y ruido, pero nuestro mecanismo de percepción sigue intacto, hasta tal punto que el bebé seguirá “siendo” parte de su madre durante los primeros momentos de vida. Se da el caso de que, el mecanismo de propiocepción que nos hace conscientes de nuestro esquema corporal, y nos ubica y separa del espacio que nos rodea, no está aún desarrollado, no contamos con la posibilidad de conocer ninguna otra realidad con la que comparar, por lo tanto, desde este primer instante tomamos como única, real y verdadera cualquier sensación que percibamos desde el entorno que nos circunda, para ir conformando nuestro mapa particular, imprescindible para transitar nuestro territorio en concreto, dando cumplimiento a la programación básica: sobrevivir. Es en este momento de percepciones, sensaciones y emociones donde mapa y territorio se fusionan como una única realidad. Desde el instinto de preservar la supervivencia, cada individuo percibirá del exterior de manera muy diferente los acontecimientos que disparen la sensación de amenaza contra una de las necesidades básicas sobre las que cimentamos nuestra vida: la propia autonomía, la relación con los demás y la seguridad de entender el entorno. Si no son cubiertas de manera segura, llevará a desarrollar un miedo particular: miedo a ser invadido en nuestra identidad, en el espacio que ocupamos y el ser que somos; miedo a no vincularnos con otros, a no generar flujos de afecto que nos colmen la necesidad de amar y ser amados; miedo a no conseguir apoyo y orientación para comprender la información que percibimos de manera incoherente y aleatoria. Ante estos estímulos nuestra biología está preparada para resolverlos con una serie de mecanismos que, si bien es verdad son comunes, tampoco activan de igual manera los centros de percepción. Aquellos que reciban como principal amenaza la supervivencia de su autonomía dispararán en un primer momento los mecanismos viscerales más instintivos. Estudios recientes han demostrado que el sistema digestivo alberga un segundo cerebro con facultad suficiente para activar la toma de decisiones . Esta activación, llegará en un segundo término al cerebro, verdadero filtro de la realidad. En este caso, será el cerebro reptiliano el que tome las riendas para dar como auténtico el estímulo que se está percibiendo, disparando el enfado como estrategia de defensa y utilizando sus herramientas más familiares de lucha/huida. De esta manera nuestro mapa representará la defensa constante de un territorio percibido como invasivo . Por otra parte, los que sientan amenazada su vida ante la carencia afectiva de su entorno, buscarán desesperadamente en el territorio la creación de vínculos, y su mapa lo conformarán en base a la reacción activada desde el corazón antes que ninguna otra parte del organismo. El trabajo de Annie Marquier nos detalla rigurosamente como el cerebro del corazón mediante impulsos nerviosos, y conexiones bioquímicas y energéticas, estimula en el cerebro de la cabeza centros superiores de percepción completamente nuevos que interpretan la realidad . Este circuito pasa por el cerebro límbico donde “residen” las emociones como el amor, alegría, dolor… de forma que la tristeza será la emoción que dispare el filtro con el que se percibirán las sensaciones que el territorio haga llegar para la elaboración del mapa. De esta manera nuestro mapa representará la búsqueda de afecto constante de un territorio percibido como hostil. Por último, si para adaptarnos al medio en el que tenemos que vivir, nuestro territorio manda información contradictoria, incoherente sin patrones seguros, claros y definidos a los que poder aferrarnos para tener la seguridad de mantener la supervivencia, el sentimiento de inestabilidad e incertidumbre hará que para otros su mente, aún no analítica, busque de manera ansiosa esquemas y pautas que acoten el maremágnum de información desordenada e incomprensible que amenaza con no permitir crear una lógica sistemática que aporte seguridad en los resultados de nuestras acciones en el mundo que nos espera. De esta manera nuestro mapa representará la búsqueda de apoyo constante de un territorio percibido como caótico . Con todo lo anterior queda claro que desde el primer momento tomamos la parte por el todo, y elaboramos nuestro mapa con diferentes escalas (creyendo que es 1:1), y con distintos colores, basándonos siempre en la información que el territorio nos envía y con el filtro sensorial que nosotros poseemos. Ahora bien, ¿qué es el territorio? ¿son acontecimientos objetivos de una realidad neutral y equilibrada? Más bien, el territorio que percibimos en primera instancia no deja de ser la suma de los mapas particulares de las personas significativas que nos rodean, por lo que sobre la base de nuestra propia E2-moción -entendida como la E2nergía básica que nos mueve- debemos añadir los mandatos y las creencias limitantes que recibimos de ellos, y que aportan a nuestro mapa montañas, barrancos y acantilados, peligros en definitiva que producen en la apreciación infantil una herida que nos acompañará toda la vida, y desde la que seguiremos observando nuestro territorio aun cuando seamos más adultos. Estamos biológicamente programados para sobrevivir, el mapa nos ayuda a ello y para construirlo de la manera más eficiente posible, nuestra amígdala (detectora de peligros) dirige su enfoque precisamente hacia los estímulos exteriores que más daño pueden causar en esa herida que tenemos abierta (rechazo, abandono, injusticia…), con la función de mantenernos alerta para preservar y defender nuestra integridad vital. Es por esto que la afirmación de que todo cuanto observamos no es más que un falaz constructo nos es casi imposible de sostener, porque nuestra percepción visceral, emocional y mental nos lo presenta con total autenticidad, y en realidad así es. El peligro exterior existe, pero una vez establecido, nuestro mapa busca el territorio que más se ajuste a sus escalas, coordenadas y orografía, ignorando o desechando otros aspectos que también contiene, y que sí son percibidos por cuantos nos rodean usando otros filtros diferentes. Por ejemplo, si desplegamos un mapa diseñado desde la necesidad de autonomía y con el miedo a ser invadido, nuestro foco hacia el territorio estará especialmente alerta ante el peligro que suponen las personas emocionalmente invasivas, aquellas que no respetan el espacio. Estas nos activarán la herida de caer en la dependencia emocional que destruya nuestra individualidad. En el otro lado de esta misma situación, nos encontramos a la persona percibida como “peligro”. Tendrá desplegado su mapa diseñado desde la necesidad de vivir las relaciones y con el miedo a no crear vínculos, cuyo foco hacia el territorio estará especialmente alerta ante el peligro que suponen las personas que establecen límites dolorosos que activan su herida de rechazo y a no ser digno de ser amado o reconocido. Por lo tanto, ante todo lo anteriormente expuesto, ante todo Conócete a ti mismo : descubre que herramientas y que e-moción dirige tu vida, y reconoce con la mayor objetividad posible los filtros desde los que los demás construyen la realidad. De esta manera conseguiremos que nuestro mapa, aquel que comenzamos a escribir en las paredes de nuestro dormitorio con tizas de colores, que pasamos a papel con bolígrafo un poco más tarde, llegue a ser un mapa 3D que represente fidedignamente el territorio, eso sí… siempre virtual. Marisa L. Romero Facilitadora certificada TRE®. Madrid Artículo publicado en la Newsletter Asociación Española TRE®. Diciembre 2020
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