Por Mirar la Realidad
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1 de febrero de 2021
Imagen: Pixabay.com Cuenta la historia -o tal vez la leyenda- que durante la Primera Guerra Mundial conocida como la “Guerra de Trincheras”, Alfred Korzybski dirigía a su tropa siguiendo un mapa de la zona y… cayeron en un foso no señalizado, acuñando la máxima “el mapa no es el territorio”, que más tarde sería una premisa básica de la Programación Neuro Lingüística. Sea más o menos real la anécdota o acertada la afirmación, y sin entrar a valorar los avances posteriores en cuanto al conocimiento de la realidad (que cada vez tienden más a convertir al propio observador en el creador de la realidad~territorio), nos sumergiremos en la elaboración de nuestro propio mapa, empezando por el principio. El momento de nuestro nacimiento, supone nuestra llegada a un “territorio” que nos recibe con sensaciones completamente desconocidas. Todo cuanto nos era habitual desde el instante mismo de nuestra concepción era un medio líquido confortable, cálido, con una intensidad de luz y sonidos tamizados. Abruptamente se convierte en aire, luz, frío y ruido, pero nuestro mecanismo de percepción sigue intacto, hasta tal punto que el bebé seguirá “siendo” parte de su madre durante los primeros momentos de vida. Se da el caso de que, el mecanismo de propiocepción que nos hace conscientes de nuestro esquema corporal, y nos ubica y separa del espacio que nos rodea, no está aún desarrollado, no contamos con la posibilidad de conocer ninguna otra realidad con la que comparar, por lo tanto, desde este primer instante tomamos como única, real y verdadera cualquier sensación que percibamos desde el entorno que nos circunda, para ir conformando nuestro mapa particular, imprescindible para transitar nuestro territorio en concreto, dando cumplimiento a la programación básica: sobrevivir. Es en este momento de percepciones, sensaciones y emociones donde mapa y territorio se fusionan como una única realidad. Desde el instinto de preservar la supervivencia, cada individuo percibirá del exterior de manera muy diferente los acontecimientos que disparen la sensación de amenaza contra una de las necesidades básicas sobre las que cimentamos nuestra vida: la propia autonomía, la relación con los demás y la seguridad de entender el entorno. Si no son cubiertas de manera segura, llevará a desarrollar un miedo particular: miedo a ser invadido en nuestra identidad, en el espacio que ocupamos y el ser que somos; miedo a no vincularnos con otros, a no generar flujos de afecto que nos colmen la necesidad de amar y ser amados; miedo a no conseguir apoyo y orientación para comprender la información que percibimos de manera incoherente y aleatoria. Ante estos estímulos nuestra biología está preparada para resolverlos con una serie de mecanismos que, si bien es verdad son comunes, tampoco activan de igual manera los centros de percepción. Aquellos que reciban como principal amenaza la supervivencia de su autonomía dispararán en un primer momento los mecanismos viscerales más instintivos. Estudios recientes han demostrado que el sistema digestivo alberga un segundo cerebro con facultad suficiente para activar la toma de decisiones . Esta activación, llegará en un segundo término al cerebro, verdadero filtro de la realidad. En este caso, será el cerebro reptiliano el que tome las riendas para dar como auténtico el estímulo que se está percibiendo, disparando el enfado como estrategia de defensa y utilizando sus herramientas más familiares de lucha/huida. De esta manera nuestro mapa representará la defensa constante de un territorio percibido como invasivo . Por otra parte, los que sientan amenazada su vida ante la carencia afectiva de su entorno, buscarán desesperadamente en el territorio la creación de vínculos, y su mapa lo conformarán en base a la reacción activada desde el corazón antes que ninguna otra parte del organismo. El trabajo de Annie Marquier nos detalla rigurosamente como el cerebro del corazón mediante impulsos nerviosos, y conexiones bioquímicas y energéticas, estimula en el cerebro de la cabeza centros superiores de percepción completamente nuevos que interpretan la realidad . Este circuito pasa por el cerebro límbico donde “residen” las emociones como el amor, alegría, dolor… de forma que la tristeza será la emoción que dispare el filtro con el que se percibirán las sensaciones que el territorio haga llegar para la elaboración del mapa. De esta manera nuestro mapa representará la búsqueda de afecto constante de un territorio percibido como hostil. Por último, si para adaptarnos al medio en el que tenemos que vivir, nuestro territorio manda información contradictoria, incoherente sin patrones seguros, claros y definidos a los que poder aferrarnos para tener la seguridad de mantener la supervivencia, el sentimiento de inestabilidad e incertidumbre hará que para otros su mente, aún no analítica, busque de manera ansiosa esquemas y pautas que acoten el maremágnum de información desordenada e incomprensible que amenaza con no permitir crear una lógica sistemática que aporte seguridad en los resultados de nuestras acciones en el mundo que nos espera. De esta manera nuestro mapa representará la búsqueda de apoyo constante de un territorio percibido como caótico . Con todo lo anterior queda claro que desde el primer momento tomamos la parte por el todo, y elaboramos nuestro mapa con diferentes escalas (creyendo que es 1:1), y con distintos colores, basándonos siempre en la información que el territorio nos envía y con el filtro sensorial que nosotros poseemos. Ahora bien, ¿qué es el territorio? ¿son acontecimientos objetivos de una realidad neutral y equilibrada? Más bien, el territorio que percibimos en primera instancia no deja de ser la suma de los mapas particulares de las personas significativas que nos rodean, por lo que sobre la base de nuestra propia E2-moción -entendida como la E2nergía básica que nos mueve- debemos añadir los mandatos y las creencias limitantes que recibimos de ellos, y que aportan a nuestro mapa montañas, barrancos y acantilados, peligros en definitiva que producen en la apreciación infantil una herida que nos acompañará toda la vida, y desde la que seguiremos observando nuestro territorio aun cuando seamos más adultos. Estamos biológicamente programados para sobrevivir, el mapa nos ayuda a ello y para construirlo de la manera más eficiente posible, nuestra amígdala (detectora de peligros) dirige su enfoque precisamente hacia los estímulos exteriores que más daño pueden causar en esa herida que tenemos abierta (rechazo, abandono, injusticia…), con la función de mantenernos alerta para preservar y defender nuestra integridad vital. Es por esto que la afirmación de que todo cuanto observamos no es más que un falaz constructo nos es casi imposible de sostener, porque nuestra percepción visceral, emocional y mental nos lo presenta con total autenticidad, y en realidad así es. El peligro exterior existe, pero una vez establecido, nuestro mapa busca el territorio que más se ajuste a sus escalas, coordenadas y orografía, ignorando o desechando otros aspectos que también contiene, y que sí son percibidos por cuantos nos rodean usando otros filtros diferentes. Por ejemplo, si desplegamos un mapa diseñado desde la necesidad de autonomía y con el miedo a ser invadido, nuestro foco hacia el territorio estará especialmente alerta ante el peligro que suponen las personas emocionalmente invasivas, aquellas que no respetan el espacio. Estas nos activarán la herida de caer en la dependencia emocional que destruya nuestra individualidad. En el otro lado de esta misma situación, nos encontramos a la persona percibida como “peligro”. Tendrá desplegado su mapa diseñado desde la necesidad de vivir las relaciones y con el miedo a no crear vínculos, cuyo foco hacia el territorio estará especialmente alerta ante el peligro que suponen las personas que establecen límites dolorosos que activan su herida de rechazo y a no ser digno de ser amado o reconocido. Por lo tanto, ante todo lo anteriormente expuesto, ante todo Conócete a ti mismo : descubre que herramientas y que e-moción dirige tu vida, y reconoce con la mayor objetividad posible los filtros desde los que los demás construyen la realidad. De esta manera conseguiremos que nuestro mapa, aquel que comenzamos a escribir en las paredes de nuestro dormitorio con tizas de colores, que pasamos a papel con bolígrafo un poco más tarde, llegue a ser un mapa 3D que represente fidedignamente el territorio, eso sí… siempre virtual. Marisa L. Romero Facilitadora certificada TRE®. Madrid Artículo publicado en la Newsletter Asociación Española TRE®. Diciembre 2020